Asesinato en un atardecer lluvioso by Rafael Salcedo Ramírez

Asesinato en un atardecer lluvioso by Rafael Salcedo Ramírez

autor:Rafael Salcedo Ramírez
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
publicado: 2016-04-26T23:00:00+00:00


CAPÍTULO XIV

Carol Rogers no recordaba haber vivido estado anímico similar al que se encontraba en esos momentos. Podría definirlo entre el enojo y la más deleznable ira que pueda sentir un ser humano. Menos mal que su poderoso control de sí misma no permitía que los que le rodeaban percibiesen señales claras de su excitación interior y, por contra, veían a una juiciosa oficial de policía.

La procesión iba por dentro para Carol y la jugada que el sheriff Howard Palson hacía rato le había hecho era de órdago, según su parecer. Para alguien no atraída por él, tal vez la orden recibida de ocuparse de los asuntos de la oficina, darle plantón en sus propias narices y largarse a babear con la tal señora Jaff no resultase ofensiva; pero sí para ella. Y mucho.

Tanto que cada pocos segundos miraba por encima de la pantalla del ordenador y estiraba el cuello para controlar la calle hasta donde alcanzaba a verse por la cristalera de la oficina y, de esta forma, estar preparada para cuando apareciese el muy ladino jefe.

Se iba a enterar por muy sheriff que fuese. Ella tenía orgullo y él tenía que saberlo. Y no argumentaría su atracción, sino la simple mala educación por dejarla allí sin poder intervenir en la investigación. Lo había hecho a conciencia y sólo por estar a solas sin que ella observase cómo la miraba, con aquella cara de gaznápiro, dispuesto a barrer por donde pisara la explosiva joven esposa que parecía haberle sorbido el seso.

Carol se frenó a sí misma. Comprendió que Howard era un imposible. Primero estaba su esposa. Una demente, una arpía si le apuraban, pero al fin y al cabo era su mujer. Y además esa modelo de alta costura metida a consorte de un ricachón. Si alguna vez había tenido esperanzas con Howard, aquel mismo día se habían esfumado.

La cuestión, sin embargo, estaba en conocer si el sheriff cruzaría la frontera del adulterio más obsceno; pero no con ella, teniendo bien claro que jamás lo permitiría, sino con Mary Jaff a juzgar por las miradas que ésta le había echado en su presencia y que sólo una mujer descifra de otra mujer.

Y por el mismo razonamiento, Carol sabía de igual modo cómo Mary había reparado en su actitud y, desde el mismo instante, conocería la atracción que ejercía Howard sobre ella. Carol colegía con tristeza cómo no tendría ni una sola oportunidad en esa lucha. Perdería cien de cien envites de la ricachona y le daba la sensación de que una sola mirada suya arrastraría a Howard a sus sábanas. Carol se preguntó a sí misma si se iba a dar por vencida antes de empezar la batalla.

Tras meditarlo mucho, de envalentonarse ella misma, de animarse sola, convino que sí. Era mejor tirar la toalla antes de que acabara fuera de combate encima de la lona. Era una rival poderosa y bellísima ¿Para qué engañarse?

En éstas, Carol levantó la mirada de la pantalla del ordenador y al fin vio aparecer por la avenida principal del pueblo el coche patrulla del sheriff.



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